7 – LOS RENACIDOS
(Argentina, Chile, España/2024)
Dirección y guion: Santiago Esteves
Duración: 81 minutos
Intérpretes: Pedro Fontaine, Marco Antonio Caponi y Oscar De La Fuente
Estreno en salas
Todo comienza con un hombre –presumiblemente doctor– atendiendo pacientes en una salita en medio de la soledad de los campos mendocinos, hasta que la llegada de un auto lo hace salir. Corte a una escena hogareña en la que se despide de su novia embarazada con la promesa de volver al otro día, paso previo a que se encuentre con otro hombre en una ambulancia que los lleva hasta un pequeño laboratorio donde manipulan varias sustancias. Nadie dice nada, porque ambos saben muy bien lo que tienen que hacer. A fin de cuentas, hace quince años estos hermanos se dedican a un negocio tan improbable como preciso: ayudar a personas a fingir su propia muerte para luego cruzarlas a Chile, donde podrán vivir bajo otra identidad y alejados de aquello de lo que querían huir.
La segunda película del mendocino Santiago Esteves luego de la muy recomendable La educación del rey (2017) confirma su interés por los márgenes en los que la ley se diluye y la redención es, ante todo, una negociación moral. En Los renacidos, el director vuelve a su territorio para desplegar un thriller seco, de paisajes áridos y pulsaciones contenidas, en el que la épica se disuelve entre la roca y el silencio impuesto entre los hermanos (Pedro Fontaine y Marco Antonio Caponi), quienes cargan con viejas cuentas pendientes. Lo que empieza como un procedimiento clandestino igual a tantos otros, se torcerá ante la evidencia de que quien contrató el servicio es uno de los engranajes del narcotráfico, por lo que habrá varios interesados en que el cuerpo nunca cruce a Chile, sirviendo en bandeja un nuevo enfrentamiento entre los hermanos.
Desde ese instante, la trama adopta la forma de una huida en la que la frontera ya no separa países, sino la vida de la muerte. Esteves filma con la calma de quien confía en los gestos antes que en las palabras. Es por eso que los diálogos son mínimos, las explicaciones escasas y el relato avanza como un cauce que se va estrechando. En esa economía de medios se percibe una precisión casi quirúrgica: la cámara —limpia, de una nitidez que contrasta con la suciedad de lo narrado— convierte la montaña mendocina en un personaje más, monumental y ajeno a todo. No hay aquí postal turística ni tentación de exotismo: el paisaje pesa, oprime, recuerda que ningún renacimiento ocurre sin costo.
El film pertenece, por derecho propio, a una genealogía reciente del cine argentino que busca reconfigurar el policial desde lo periférico, ahí donde la ética es una cuestión de logística y el Estado un rumor lejano. Pero Los renacidos elude el efectismo y el subrayado social. Su interés está en otro lado: en el punto exacto donde el delito se vuelve rutina, y la culpa, un trámite administrativo. Hay, en el fondo, una alegoría discreta sobre el país y sus promesas rotas: la idea de reinventarse, de “renacer”, se revela como una trampa más, un espejismo de frontera. Como en La educación del rey, el director se interesa menos por el castigo que por la posibilidad de entender, aunque sea tarde, la magnitud del error.

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