8 noviembre, 2024

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Alejandra Laera se pregunta "¿Para qué sirve leer novelas?"

Alejandra Laera, escritora, docente de la carrera de Letras en la UBA e investigadora del CONICET, viene trabajando la relación entre literatura y capitalismo hace varios años, y desde múltiples perspectivas. En su último libro editado por Fondo de Cultura Económica, ¿Para qué sirve leer novelas? Narrativas del presente y capitalismo, vuelve a explorar ese vínculo, pero las urgencias del momento la llevaron a relacionar una serie de novelas no sólo con el capitalismo –en un sentido amplio– sino también con la propia actividad en tanto crítica literario-cultural. Por eso el corpus de este trabajo está compuesto por novelas contemporáneas del siglo XXI, todas escritas entre 2000 y 2022.

En diálogo con Página/12, Laera asegura que el armado de ese corpus «fue una decisión fuerte» porque «en un momento inicial hice una larga investigación pensando en un libro más amplio, pero en algún momento surgió lo urgente y decidí trabajar sobre lo que está pasando ahora, sobre lo que está emergiendo y se está consolidando, ciertas tendencias narrativas». La investigadora quería enfocarse en un conjunto narrativo que
tuviese cierto impacto «en lo que respecta a
los campos de lectura actuales» y señala: «Todas estas novelas me gustan, pero más allá de
eso me parecen buenas. Creo que en este momento es importante introducir la
cuestión del valor».

Otro eje que le empezó a interesar cada vez más es eso que está más allá de las novelas: el afuera o el después de los libros. Uno de los grandes valores de cualquier investigación seria es su capacidad intrínseca para plantear nuevas preguntas y este libro toma ese guante: «Quizás había algunas novelas muy buenas e interesantes que también hacen una crítica o desafían al capitalismo, pero me dejaban adentro de ese mundo. La posibilidad de proyectar y activar ciertas
prácticas de vida es lo que más me interesa hoy. ¿Qué pasa cuando uno lee estas novelas? ¿Qué impacto tienen una vez que cerrás el libro y salís al mundo?» Es allí donde aparece la pregunta del título: ¿para qué sirve leer novelas? Laera advierte que no se trata de un enfoque utilitarista ni mucho menos, pero el verbo servir marca la osadía de su proyecto en un contexto que tiende cada vez más a mirar el mundo desde esa óptica.

El libro se estructura en tres secciones: «Dinero contable», «Trabajo escrito» y «Tiempo imaginado». En la primera se abordan novelas como Historia del dinero (Alan Pauls), Los diarios de Emilio Renzi (Ricardo Piglia), Diario del dinero (Rosario Bléfari), Modesta dinamita (Víctor Goldgel) y Derroche (María Sonia Cristoff). La segunda explora novelas como Boca de lobo (Sergio Chejfec), El trabajo (Aníbal Jarkowski), Alta rotación (Laura Meradi), El desperdicio (Matilde Sánchez), El escritor comido (Sergio Bizzio), El romance de la Negra Rubia (Gabriela Cabezón Cámara) y El artista más grande del mundo (Juan José Becerra). La tercera y última aborda Cataratas (Hernán Vanoli), Distancia de rescate (Samanta Schweblin) y Las aventuras de la China Iron (Cabezón Cámara).

Laera explica que, más allá de la estructura del libro, estas secciones «podrían vincularse entre sí y todo está pensado para que haya un relato crítico». El corpus empieza con «textos más referenciales» –la autora identifica las producciones de Pauls, Piglia y Bléfari como relatos calendarizados, y las de Goldgel y Cristoff como novelas anticapitalistas– y termina con «novelas que despliegan una imaginación narrativa total en la que se superponen pasado, presente y futuro» (Vanoli, Schweblin, Cabezón Cámara). «Me interesa esa propuesta y ahí veo dos cosas: por un lado, el despliegue de la imaginación narrativa, que es algo que recorre todo el libro y mi hilo crítico; por otro, los procedimientos a través de los cuales se lleva a cabo esto en las novelas. Para mí es fundamental, por eso no las comento sino que trato de leer allí algo que no están diciendo de manera explícita. Esto tiene que ver con la lectura crítica».

–El dinero suele ser un tema tabú en muchos aspectos. En la introducción aludís a cierta literalización del dinero en las novelas contemporáneas. Esta lectura retoma la tesis elaborada en tus trabajos anteriores, ¿no?

–En Ficciones del dinero me interesaba ver cómo había módicas alegorías del dinero: dinero quemado, billete falso. Acá, en cambio, veo que está muy literalizado. No quiere decir que no tenga una carga simbólica también, pero está fuertemente literalizado y calendarizado. Eso se puede ver bien en la novela de Pauls pero también en la de Piglia o Bléfari. El dinero está datado. Aparece la inflación, la devaluación, los créditos, las deudas: manifestaciones cotidianas del dinero. En los tres casos, uno puede recomponer la historia argentina de las últimas décadas. Eso me parece interesante porque el objetivo de las novelas no es ese y, sin embargo, es lo que hacen también. Ahí está justamente la tarea de la crítica: registrar qué es lo que están haciendo las novelas.

A lo largo de su investigación Laera echa mano de categorías como «realismo capitalista» (de Mark Fisher) o «política de la literatura» (de Jacques Rancière), pero no solo para leer con ellos sino también en contra de ellos, tratando de pensar cómo readaptar esas categorías. «Yo tomo la categoría de Rancière y la adecuo. Si él decía que la novela moderna intervenía en el
reparto de lo sensible en la medida en que hacía visible e inteligible aquello
que no lo era, yo registro que eso ahora no pasa. Pero la novela contemporánea imagina
ese reparto de lo sensible y ahí aparece de nuevo la cuestión de la
imaginación. La novela contemporánea imagina cómo sería esa nueva distribución de aquellos que tienen
derecho a la palabra y son visibles. Entonces se trata de pensar cómo sería la aplicación de esas
categorías en el presente
«.

Laera llegó a la entrevista desolada por la noticia del veto a la Ley de Financiamiento Universitario. Sobre la coyuntura y el rol de la universidad como espacio de formación e investigación, dice: «Las tres partes de este libro tienen mucho que ver con la base de lo que se necesita para hacer un trabajo de largo aliento: dinero, trabajo y tiempo. Esto exige soledad y atención, ser muy perceptivo y entender lo que está pasando afuera para poder hacer algo que no sea tan sólo una crítica de gabinete. Para eso las instituciones son fundamentales y su funcionamiento tiene que ser muy concreto. Esto se vincula con una valoración del trabajo que se hace en esos espacios, algo que se traduce en un tiempo pago. Para destinar esos recursos hay que creer en lo que se está haciendo: investigación, docencia y universidad pública no son palabras abstractas. ¿Quién diría que no cree en esas cosas? El asunto es cómo y qué se hace al respecto. Para mí es indiscutible. ¿Hay que explicarlo? ¿No es evidente? Creo que no hay que ceder demasiado a las explicaciones porque hay algo que tiene que ver con un respeto por lo que hace el otro y por la confianza en la importancia de estudiar, investigar, enseñar e ir a la universidad pública».

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