ODA AMARILLA 6 puntos
Argentina, 2024
Dirección y guion: Lucía Paz.
Duración: 67 minutos.
Estreno exclusivamente en Cine Gaumont y Espacios INCAA.
El documental del yo y sus vertientes intrafamiliares han ganado un espacio tan relevante en el cine de lo real, tanto el local como el internacional que, sin riesgo de caer en desmesuras, podría considerárselo un género en sí mismo. Oda amarilla, primer largometraje de la argentina Lucía Paz, entra de lleno y desde su misma génesis en ese territorio tan amplio como resbaladizo. ¿Qué es lo que hace que el retrato personal de una cineasta sobre su propia madre tenga reverberaciones universales, que intentan tocar las fibras de cualquier espectador? En la carta de intenciones artísticas de la realizadora pueden leerse las siguientes palabras: “Le dedico un poema audiovisual a mamá porque la estoy perdiendo”.
Esa pérdida no involucra en este caso, como en muchos otros films centrados en la cercanía de la muerte o su existencia concreta, la desaparición física del sujeto documental, sino otra situación más inasible, aunque igualmente inexorable. La madre de Lucía Paz, otrora destacada psiquiatra y especialista en medicina legal, está perdiendo la memoria como consecuencia de la enfermedad de Alzheimer.
En una de las primeras escenas de Oda amarilla, cuyo poético título también refleja el apellido materno de la cineasta, Analía del Carmen Amarilla conversa en un programa de televisión sobre su nuevo cargo en el Ministerio de Salud. La imagen en formato 4:3 revela un tiempo pasado, varias décadas atrás, que la protagonista ahora sólo puede recordar superficialmente. No serán las únicas imágenes que le dan forma al documental: el repaso de viejos álbumes de fotos que muestran a una joven madre y a sus pequeños hijos va de la mano del propio registro de la cámara de cine y otra fotográfica, ambas empuñadas por Paz. Una manera de crear nuevos recuerdos, en la vida real y en la pantalla. En ese sentido, el film adquiere inevitablemente el doble poder de la catarsis y el exorcismo: si la memoria humana se pierde, la del cine es capaz de conservar aquello destinado al olvido. Una tercera generación se suma al relato, la abuela de la realizadora, cuya receta para cocinar quibebe fue transmitida a su vez por otras madres y abuelas.
Hay dos instancias de particular potencia y sensibilidad en Oda amarilla. En una de ellas, la realizadora le pregunta a la madre si, cuando aún estaba dentro de su panza, le “hacían escuchar” música clásica. La respuesta ejemplifica la manera en la cual las anécdotas de la realidad pretérita comienzan a transformarse en recuerdos que, muchas veces, no son del todo ciertos. ¿O acaso es la enfermedad la que también ha corregido ese dato? En otro momento de particular franqueza, Paz pregunta ciertas cuestiones ligadas a su concepción. Entre risas, la joven corrige a la madre y le dice que no, que su padre no fue el primero de sus novios. “Yo te voy corrigiendo la biografía”. Segundos después, en un tono más serio, se pronuncia una sentencia: “Quiero agarrar un pedazo de historia estable, sólido, firme. Y no pasa. Vos todos los días me cambiás tu historia, mami”. En esa frase podrían resumirse algunos objetivos del documental, que también echa mano a breves reconstrucciones ficcionales en un intento por darle entidad a la hechura emocional de la memoria, la propia y la heredada.
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